Unos cuantos comentarios sobre cómo se puede convertir un buen viaje, en un viaje perfecto.
martes, 7 de febrero de 2012
Nieva sobre Viena
Si hay algo que me conmueva y me invite a reflexionar y disfrutar en silencio es la nieve. La otra gran maravilla es ver arden un tronco en la chimenea y escucharlo crepitar. Ambas sensaciones me resultan inmensamente relajantes. Dos días, lleva nevando en Viena sin parar. La ciudad se va cubriendo poco a poco de un mando blanco que parece decir "silencio". Las calles se van quedando vacías y la tranquilidad lo envuelve todo. Es la delicada imagen de la Navidad que nos ha vendido el cine. Salvo por el pequeño detalle de que estamos en febrero.
La historia de Viena con la nieve es bastante particular. A veces caen copos suaves y delicados, de esos que parecen flotar en el viento y que luego se van depositando poco a poco hasta formar una suave capa, que si la pisas, se comprime y se endurece. Otras veces, como estos días, caen pequeños cristales de hielo, que no son tan románticos, pero sí mucho más divertidos. Caen y son tan duros, que no se unen entre sí, así que el viento los lleva de un lado a otro sin piedad, formando dunas blancas y más parece un desierto helado que un paisaje urbano. Da igual. Es impresionante en cualquier caso.
La ciudad parece más tranquila y sólo se ven las luces de las farolas. Mortecinas y azuladas. Dan un aspecto aún más bohemio a la ciudad y el ambiente se llena de olor a café recién hecho y bollos calientes. Las cafeterías se hacen las dueñas de la vida social y los parques se quedan en estado de letargo en espera de tiempos mejores. Viena huele a dulce. A frío y a dulce. La gente que pasea por la calle, bueno no pasea exactamente, digamos que se desplaza, parecen moradores de las arenas. Forrados de pies a cabeza, sólo se les distinguen los ojos. Pero no dejan de salir a la calle. No dejan de trabajar, ni de conducir. No hay excusa que valga, siguen con sus vidas y continúan llenando la ciudad de pisadas por todas partes.
Me llama la tención que la total ausencia de color. Los vieneses visten fundamentalmente de negro. Quizá de gris también. Colores oscuros y planos. Forrados de pies a cabeza. Y la nieve cubre los pocos colores que quedaban en la ciudad. Da la impresión de haberse colado sin permiso en una peli de Garci. Estar dentro de una historia en blanco y negro y ser espectador de primera línea. Tengo todas mis esperanzas puestas en la primavera, que traerá colores en todos los escenarios. De momento, disfruto de un invierno en toda la extensión de la palabra.
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Muy chulo Paloma.Pero volveré a Viena en verano je je
ResponderEliminarAlvaro
Muy buena idea, Alvaro. Es el mejor momento. Si necesitas cualquier cosa, estamos cargados de información útil. Esta ciudad es una gozada.
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